En 1833 finalizaba lo que se conoce como ‘Década Ominosa’. Fernando VII (‘el Rey Felón’) acababa de morir y España se despedía del Antiguo Régimen y del poder absoluto para dar paso a la monarquía liberal. Estos aires de libertad propiciaron la fundación del Ateneo Científico y Literario madrileño en 1835. Sin embargo, tendrían que pasar varias décadas para que esta magna institución admitiera en su tribuna a una mujer (con el rechazo de algunos de los socios más antiguos). La efeméride tuvo lugar un 19 de abril de 1884, el mismo año en que el Ateneo había estrenado nueva sede (el 31 de enero) con discurso del malagueño Antonio Cánovas del Castillo, a la sazón presidente del Consejo de Ministros y presidente también del Ateneo.
Como apunto en un artículo ya publicado sobre el tema (Las mujeres que quisieron adelantar el reloj de España I y su segunda parte), tendrían que ser casos excepcionales como, por ejemplo, “alguna mujer notable por sus trabajos en literatura”. Esta mujer notable sería la escritora y dramaturga Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923) y este hito no dejó de sorprender a la sociedad, aunque la dama ya era experta en asombrar a la ciudadanía con el estreno teatral en 1876 de uno de sus dramas: Rienzi el Tribuno, todo un éxito, un alegato contra la tiranía al que dio vida el actor Rafael Calvo, convirtiéndose así en la segunda mujer del siglo XIX (tras Gertrudis Gómez de Avellaneda) que estrenaba una pieza dramática en el Teatro Español de Madrid. La autora tenía 26 años. Al año siguiente estrenaría el drama trágico Amor a la patria: y en 1880 Tribunales de venganza. En 1891 se estrenaría su obra más polémica El padre Juan (1891), un drama que representaba la lucha de los librepensadores contra el inmovilismo. Fue un enorme éxito, pero una única representación. Ninguna compañía se había atrevido a ponerlo en escena y ella se vio obligada a formar su propia compañía, dirigiendo ella misma a los actores y haciendo labores de vestuario. Como en la obra de Galdós Doña Perfecta, Rosario incidía en que la razón y el progreso sucumbían aplastados por la intolerancia religiosa. Esa misma noche una orden verbal del Gobernador prohibía futuras representaciones[1].
En 1981 estrenó su obra más polémica, ‘El padre Juan’. Fue un enorme éxito, pero tuvo una única representación. Ninguna compañía se había atrevido a ponerlo en escena y ella se vio obligada a formar su propia compañía
Si tuviéramos que aplicar un calificativo a esta mujer, el que mejor la definiría sería: EXTRAORDINARIA. No es una exageración si tenemos en cuenta el contexto social en el que vivió, y todos los hándicaps que tuvo que superar y que trataré de resumir en el poco espacio que me el artículo. Para empezar, el primer problema al que se tuvo que enfrentar, con apenas cuatro años, fue una enfermedad ocular que hasta los treinta y cuatro, cuando se somete a una intervención quirúrgica, le ocasiona la pérdida intermitente de la vista y grandes padecimientos. Sin embargo, en contraposición, tuvo la suerte de nacer en una familia con título nobiliario y mentalidad liberal (Rosario sería condesa de Acuña, título que jamás empleó). Fueron sus padres quienes se ocuparon de que la hija adquiriera una vasta educación, muy alejada de la que se daba a las mujeres en aquellos años. Posteriormente, Rosario se relacionaría con intelectuales krausistas (Giner de los Ríos, Azcárate, etc.), con quienes compartió la defensa de una escuela neutra y laica, así como la coeducación de hombres y mujeres, un ideal compartido con las primeras activistas feministas, un feminismo basado en la educación defendido por Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal o Carmen de Burgos, entre otras.
Rosario fue periodista, dramaturga, pensadora y escritora que bajo el seudónimo de ‘Remigio Andrés Delafón’ escribió decenas de artículos. Republicana y librepensadora, mantuvo su lucha particular contra la intolerancia, el clericalismo y la desigualdad social y de género, opinión francamente expresada como respuesta a un artículo sobre su actuación en el Ateneo al pedir: «¡Justicia es lo que necesitamos, no galantería!». Mantuvo estrecha amistad con otras escritoras y activistas feministas de círculos masónicos como Ángeles López de Ayala, Amalia Domingo Soler, Mercedes Vargas o Consuelo Álvarez (‘Violeta’). Ella misma fue iniciada en la logia ‘Constante Alona’ de Alicante con el nombre simbólico de ‘Hipatia’. Escribió decenas de artículos en Las dominicales del librepensamiento, publicación madrileña (1893-1909).
Muy aficionada a la Historia[2] y las Ciencias Naturales, su amor por la Naturaleza le permitiría adquirir, además, un vasto conocimiento del mundo animal y vegetal. Su intensa curiosidad por todo lo que la rodeaba se acrecentó con sus viajes al extranjero. Publicó en varias revistas como La Ilustración Española y Americana, El correo de la Moda y periódicos madrileños como La Iberia, La Mesa Revuelta, Revista Contemporánea o El Imparcial.
Por otro lado, su vida amorosa no fue afortunada en principio. Se casó hacia 1876 con el joven militar Rafael de la Iglesia, pasando poco después a residir en el pueblo madrileño de Pinto. No obstante, el matrimonio no resultó como se esperaba y la pareja se separó definitivamente en 1883, coincidiendo con la muerte de su queridísimo padre. Poco después Rosario conocería a quien fue hasta el final de sus días su fiel compañero, un joven 17 años más joven: Carlos de Lamo Jiménez, y esta diferencia de edad no fue obstáculo para la pervivencia de su relación. Nunca se casaron, ni siquiera cuando Rosario enviudó en 1901.
Uno de sus artículos en el que defendía el derecho de las mujeres a acudir a la universidad suscitó unas protestas y una tensión tales, que forzaron su exilio a Portugal un par de años
A causa de uno de sus artículos, en el que defendía el derecho de las mujeres de acudir a la universidad, reclamando la igualdad entre sexos, publicado en París por El Internacional y reproducido en nuestro país por El Progreso, se suscitaron unas protestas y una tensión tales que forzaron el exilio de Rosario a Portugal un par de años. En 1913, cuando Romanones es nombrado presidente de gobierno, se le concede el indulto.
Amante de la vida natural se refugia en el campo y compra una granja avícola, llegando a obtener en 1902 la medalla de plata en la I Exposición Internacional de Avicultura que se celebró en Madrid. Compaginó esta actividad con su labor creadora como dramaturga y colaborando en prensa: El Cantábrico, El Ideal Cántabro o La Voz del Pueblo. De estas colaboraciones destacamos la serie de artículos denominada “Conversaciones femeninas”, dirigidas a las mujeres montañesas, donde explica y difunde sus conocimientos. Por otro lado, su acercamiento a posiciones republicanas y socialistas es evidente, colaborando en La Voz del Pueblo o dando conferencias en las agrupaciones de la UGT de Santander. La experiencia rural finalizará tras la muerte de su madre en 1905.
En 1909 se instala en la que se convertirá en su residencia definitiva, Gijón. Allí construye su casa y, aunque septuagenaria, sigue colaborando en la prensa periódica como El Publicador y El Noroeste, con artículos comprometidos con los más desprotegidos, denunciando la situación en la que se encuentran las mujeres maltratadas, la infancia abandonada, y también la dura vida de los pescadores.
Allí en Gijón, en su Ateneo Obrero, Rosario sube a la tribuna: “Obreros de Gijón; hermanos míos; os habla una obrera como vosotros, que jamás hizo alarde de su blasonado apellido sino para colocarlo entre los más humildes […] Tenedme, pues, como hermana vuestra, que por miles se podrían contar los surcos que mi pluma trazó sobre el papel”. Su posición política le acarreará muevas dificultades. En el verano de 1917, por ejemplo, a raíz de la proyectada huelga convocada por UGT y CNT en Asturias, es registrada su casa por sospechar de su apoyo a los huelguistas. Hasta su muerte, en 1923, Rosario seguirá utilizando su pluma cuando lo exijan las circunstancias. Tenía 73 años cuando murió, acompañada de su inseparable compañero Carlos Lamo, aquel joven estudiante de derecho que, junto a otros compañeros de la Universidad Central de Madrid, la nombraran presidenta de honor del Ateneo Familiar que Carlos presidía.
Había muerto una librepensadora, una mujer libre que no había dejado indiferente a nadie durante su comprometida existencia. Como un periódico publicó en relación con su discurso en el Ateneo madrileño: “La Señora Acuña es para los hombres una literata y para las mujeres una librepensadora, y no inspira entre unos y otras, simpatías”.
Por Rosa María Ballesteros García, vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena.
benaltertulias.blogspot.com
ateneolibredebenalmadena.com
[1] La obra siguió representándose en foros obreros en varias ocasiones.
[2] Se había formado a conciencia con su tío, el historiador Antonio Benavides, embajador ante la Santa Sede, en Roma, donde permaneció un tiempo hacia 1875.