Érase una vez, hace mucho tiempo, allá por el XVII, una maravillosa mujer, vestida beige claro, con pañuelo cabeza, para protegerse del sol y con un niño pequeño, llena de humanitarias obras, de gracia y amor al prójimo, se encontraba en los alrededores de la ruta de peregrinos que se hallaba entre Cártama y Benalmádena.
-¿Habéis visto a Caridad?
-Sí, andaba camino del cruce de Cártama.
-Como siempre, cargada de agua para los caminantes.
Para encontrarla no hacía falta más que preguntar por ella. Era una mujer hermosa, piel penada por el clima de la sierra, con algunas huellas del sol y otras interiores que nunca quiso desvelar. Desde aquella altura se veía el mar, también la cima de la Sierra de Mijas, el espacio natural, después fue conocido por el pecho de la cruz.
-Buena mujer, ¿ese pueblo que se ve abajo es Benalmádena?
-Sí. Desde aquí se ve el mar.
-Dame agua mujer, vengo de muy lejos.
-Aquí tiene, beba la que quiera, es agua de la fuente la Cazalla.
-Gracias, está muy fresca.
-Venga le levaré los pies polvorientos en esta palangana.
-Gracias buena mujer.
Un bello paraje para una mujer sublime. No tenia horas ni sosiego, ella atendía a los transeúntes que pasaban por allí, caminantes incansables buscando nuevas rutas que les llevara a un lugar de paz y prosperidad. Algunos procedentes de la sierra de Cádiz, elegían Benalmádena, otros continuaban para Málaga, Ronda o Écija.
-Señora, buena mujer, por favor, estoy enfermo, ¿me puede dar algún jarabe?
-Tenga hombre, esta tecina le aliviará. Es yerba cogida de la Cueva del Muro.
-Coma un poco de pan, con este aceite. Se sentirá mejor.
Eran malos tiempos, las enfermedades, la miseria y la pobreza estaban por todos los rincones del sur de España. Aquella mujer con su niño, guardaba una historia divina, de rostro bello y mirada penetrante, tenía su hábitat en un tramo concreto.
¿Dónde está la cruz para rezar? Preguntaban algunos.
Desde el primer mojón hasta el último de la pasión, donde rezaban los pelegrinos antes de llegar a la columna de mármol donde en lo más alto se ubicaba una Santa Cruz, guía de caminantes y románticos soñadores.
Los caminantes hablaban entre ellos, se preguntaban cuáles eran sus destinos.
-¿Por dónde se va para Málaga?
-El siguiente cruce a la derecha, por senderos del mar
Era la señal de caminos, cruces y rondas del Medievo, indicaban el final o el comienzo de los destinos de pueblos y ciudades.
En aquel lugar existía un habitáculo, donde Caridad lavaba los pies a los sudorosos caminantes y daba de beber a los sedientos, también hacia sencillos guisos para aguantar el duro camino a los transeúntes, un fogón y una vieja cacerola. A cambio, solo la voluntad.
-Póngame mujer un poco de puchero, para seguir el camino.
-Tenga también un trozo de pan.
-¿Cuánto tengo que pagarle?
-Deme solo la voluntad, para criar a mi hijo.
Un gran respeto rodeaba a esta gran señora, una aureola divina protegía de malos espíritus pensamientos y actitudes adversas.
Con el tiempo, la visita a este santuario era casi precisa, para conocer a la sugestiva mujer. Un día, aquella mujer de mirada inenarrable, con el pequeño de la mano, desapareció para siempre.
-¿Dónde está la mujer del agua? Preguntaban
-Lleva varios días sin subir, estará malito el niño. Decían otros.
No dejó señal ni pista alguna. Los hombres y mujeres de Benalmádena no cesaban de lamentar aquella desaparición misteriosa.
-Era una gran señora.
-Hacia el bien a todo el mundo.
-¡cómo nos acordamos de ella!
Con el tiempo, ese recuerdo sublime se fue colectivizando y a la mente de todos les llegaba un solo mensaje. En aquel lugar había un habitáculo pequeño y una vieja cruz, que simbolizaba el punto de encuentro de cansados caminantes y aquella mujer de mirada profunda.
Hoy la narrativa continúa en ese espacio mágico junto la Ermita Virgen de la Cruz.