El denostado presidente de las Cortes Republicanas (aunque no el único), que se significó siempre por una honestidad rayana en la ingenuidad, forma parte del importante grupo de los intelectuales españoles que dieron entidad a nuestra Segunda República como defensor de un socialismo moderado, que fue ninguneado y despreciado hasta el abandono por los nuevos ideólogos sobrevenidos tras la guerra civil.
Julián Mateo José María Besteiro Fernández nació en Madrid en 1870 hijo de un modesto matrimonio que regentaba un próspero negocio de ultramarinos, lo que le permitió educarse en la Institución Libre de Enseñanza y estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, licenciándose en 1890, a los 20 años, optando por realizar oposiciones a cátedra, incorporándose al claustro del Instituto San Isidro de Orense en 1895 como catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía Moral, trasladándose a Toledo 3 años después en 1898.
Si en esta primera etapa se benefició de la influencia de Francisco Giner de los Ríos, Bartolomé Cossío y Nicolás Salmerón, consiguió becas de la Junta de Ampliación de Estudios para ampliar sus conocimientos en las Universidades de Paris, Múnich, Berlín y Leipzig, donde estudia a fondo a Kant y su filosofía y se impregna del socialismo alemán de moda en aquel momento resumiéndolos en su tesis doctoral con el nombre: “El voluntarismo y el intelectualismo en la filosofía contemporánea”.
En 1912, poco después de su regreso España se incorpora a la UGT y al Partido Socialista, obtiene la Cátedra de Lógica de la Universidad de Madrid y es elegido como concejal en el Ayuntamiento de Madrid, contrae matrimonio con Dolores Cebrián, profesora de la Escuela Normal de Magisterio de Toledo y tres años más tarde consigue un acta de Diputado al Congreso también por Madrid. En 1925, a la muerte de Pablo Iglesias, es elegido presidente del PSOE y de la UGT.
Pese a dimitir de sus cargos en el PSOE y en la UGT por diferencias de opinión, consiguió un acta de diputado
Besteiro sintió atracción por la política desde muy joven y por el socialismo que estudió y vivió en Alemania que lo convirtieron en un marxista académico opuesto al revolucionarismo preconizado por el ala más radical del socialismo, alejándose de sus impulsos en la participación en la huelga general de 1917, y aproximándolo a posturas más conservadoras en la dictadura de Primo de Rivera oponiéndose firmemente a la alianza con los republicanos, lo que le lleva a dimitir de sus cargos directivos tanto en el partido como en el sindicato, pese a lo cual consiguió un acta de diputado en las elecciones de 1931 y fue elegido por una amplia mayoría para la presidencia de las Cortes.
Al desencadenarse la guerra civil se encuentra aislado en su partido y se entrega a buscar soluciones que den fin al conflicto, renunciando a marcharse de España cuantas veces se le propuso porque “debía estar junto a sus electores” (había obtenido doscientos mil votos en las elecciones de 1936).
Fue detenido y sometido a un consejo de guerra acusado “de haber promovido un socialismo moderado”, delito para el que el fiscal, el teniente coronel auditor Felipe Acedo, pidió la pena de muerte, rechazada por el Tribunal que lo condenó a cadena perpetua, luego transmutada en 30 años de prisión, pasando de la cárcel de Porlier, en Madrid, a la cárcel convento de las Dueñas en Palencia, donde disfrutaba de unas condiciones higiénicas y ambientales favorables. Pero de aquí se le trasladó a la cárcel de Carmona en Sevilla, un auténtico campo de concentración para una persona de setenta años. Ninguno de los esfuerzos que se hicieron para excarcelarlo ni para tratarle una infección que contrajo, consiguieron que se le prestara atención a su situación, que permitió su muerte en 1940, muerte que pasó desapercibida en España, donde el silencio había sepultado toda referencia a una república borrada por la autoridad militar.
Por Jesús Lobillo Ríos, presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
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