Queridos niños, hoy también cuento una historia cuya narrativa sucedió tras la contienda civil española, unos tiempos difíciles de necesidades extremas, que el pueblo afrontó como pudo. Pero no olvidéis que es un cuento, y como cuento, algunos relatos rozan la ficción. Tampoco hay que olvidar de dónde venimos ¡eso nos hace grandes!
La historia de un niño, quizás el más pobre de Arroyo, el hambre y el sufrimiento de una madre impedida que, tras la persecución de su pequeño y la impiedad de los hechos, lanza desesperada una maldición.
La narrativa tiene lugar en aquel Barrio del Arroyo, cuando la economía se basaba en la agricultura, un barrio casi sin servicios, escuelas públicas ni infraestructuras sanitarias. Una población tan pequeña, que todo el mundo se conocía…
Durante la guerra civil, y algunos años posteriores, muchos niños pasaron hambre física, aun existiendo en estas tierras, abundantes productos agrícolas que abastecían la ciudad de Málaga. Los campos eran vigilados por la benemérita y sus dueños de forma puntual.
He aquí la historia de un niño, en la barriada lo conocían por Pablito, hijo de una madre impedida en sillas, y de un padre honrado que trabajaba de sol a sol a cambio de un pan para llevar a casa. ¡Vaya época!
Eran también, tiempos de injusticias sociales, miserias y sobre todo de mucha hambre. En la casa de aquel chico, su madre estaba criando un cochinillo para su sacrificio por Navidad para comer un poco de carne en las fiestas.
Un día su madre le dijo:
-Pablito ve a la vega y tráete hierba para el bicho.
El niño, con solo ocho o nueve añitos, obediente, salió al campo y vio a su primo al que le pidió que le acompañara. Su primo en aquel campo cogió por su cuenta un buen puñado de hojas de cañas que servía de alimento para el sustento de vacas, burros y caballajes.
Al final fueron vistos y denunciados al cuartel de la guardia civil. En poco tiempo se personaron en casa de Pablito para hacer diligencias -él no había cogido las hojas- y sin mediar palabra le propinaron varios cachetes delante de su madre, con parálisis en las dos piernas.
Los gritos de la madre fueron escuchados por un señor, agricultor, que pasaba delante de casa, buena persona y conocido de Arroyo, quien intervino en favor del muchacho:
-En esta casa no hay mulos ni caballos para alimentar. Él no ha sido. ¡Dejad al chico!
Su mediación no impidió la acción de uno de los guardias y esa madre ofendida por lo sucedido, mandó desde sus entrañas una maldición, juramento que por destino divino se hizo realidad.
Pues al cabo de un tiempo, haciendo ronda por la antigua carretera Málaga-Cádiz con su compañero de turno, uno por cada lado de la maltrecha carretera, cuando un camión cargado de alfalfa perdió el control de una de las ruedas, entró en un socavón, provocando que el vehículo volcara hacia donde estaba el susodicho guardia. Como consecuencia de aquel accidente, le tuvieron que amputar una pierna.
De esta forma se hizo realidad el maleficio de aquella madre desesperada contra el guardia altanero.
El hambre hacía estragos en las familias humildes, y la necesidad se imponía a lo prohibido. En otra ocasión también con su primo, tenían hambre atrasada. Al pasar por una huerta tuvieron la tentación de coger un par de tomates.
-Primo, parece que no hay nadie.
-Pues vamos deprisa, ¡no se darán cuenta!
Los tomates estaban a punto de color y apetitosos. No pensaban el quebradero de cabeza que iban a tener después. Los muchachos se comieron los tomates deprisa y veloz, pero dejando huella en sus camisas.
-Anda, ¡nos hemos manchado!
Pero el dueño de la huerta no estaba lejos, los pilló infraganti y denunció a los civiles, que se personaron de nuevo por casa de Pablito. Esta vez lo llevaron al Cuartel de Intendencia junto al primo. Tras la interrogación, le colgaron a cada uno un cartel que decía “Somos unos ladrones”, obligándoles a pasear por el pueblo con el cartel colgado al cuello.
La historia, queridos niños, pone de relieve cómo ha evolucionado este país desde aquellos años de hambruna y régimen dictatorial. Es bueno recordar el pasado para que no vuelva a repetirse. Hoy la Guardia Civil es totalmente diferente a la benemérita de entonces. Forma parte de las fuerzas de Seguridad del Estado, se rige por valores democráticos, la justicia y derechos humanos, haciendo un gran servicio a toda la ciudadanía.
Muchas gracias queridos niños. Ahora sí, llegamos al final de la historia de Pablito, probablemente el niño más pobre de Arroyo.