En el reino nazarí de la Alcazaba malagueña, vivió una bella joven princesa cuyo amor y cortejo tuvo lugar en la fortaleza de “Ibn al-madin” Benalmádena.
Un poeta musulmán asegura que Sahina tenía ojos grandes y expresivos en un rostro admirable y, conjetura, a través de las tupidas ropas se adivinaba unos hombros, unos brazos, unas caderas y un talle de clásicos y opulentos contornos.
Con toda probabilidad una de las hijas del Rey Hasan, taifa de Málaga.
La leyenda cuenta, Sahina estaba enamorada de Idris al-Alí, hijo de un mercenario de la guardia y escolta personal de su padre.
Pero el Rey de taifas quería otro esposo más distinguido para la princesa nazarí. De ahí que Sahina fuese recluida en la fortaleza del Castillo en la Villa de Benalmádena.
El Monarca pensó que en el Castillo de Benalmádena estaba segura y lejos de aquel amor imposible.
Pero la princesa Sahina no era feliz en aquel vergel que su padre había ordenado para ella. Pero acató su voluntad, tan lejos de su amado, de su familia y del Palacio de Alcazaba.
El entorno del Castillo de Benalmádena era el lugar más bello de la costa mediterránea, especial para la ilustre dama.
Por la parte de atrás, existía el recreo de Nadales, una zona de jardín por donde discurría el Arroyo del Lagar “khur alkhamra” que pasaba por la frondosa huerta de Colomares. “Está hecha para ella, para que pueda vivir sin nostalgia de amor” decía su padre.
Allí estuvo Sahina encerrada durante una larga temporada, aun puede imaginarse su radiante figura por las dársenas de “alquba” la Cúpula de Cesar Manrique… Tal vez esperando a su amante, en las tardes de luna…
El joven y apuesto Idris al-Alí descubrió el secreto del Rey, y siguió como si no supiera nada, pero las visitas a la Villa de Benalmádena eran cada vez más frecuentes…
Apenas tenía 14 años cuando Sahina enamorada, suspiraba desde los altos pasillos de las murallas del castillo y Torre del Homenaje, divisiva de lejos el mar y los reinos de taifas. El ejército nazarí hacia guardias y formaciones por Viñas Viejas, “fayinz qadima” que antecedente al Castillo, maniobras que distraían a la princesa del cautiverio.
Las fieles doncellas acompañaban a la princesa a bañarse en el nacimiento del rio y fuentes de la Villa. Una diversión en los calurosos días de verano. Rodeados por arboles gigantes cuya sombra acogía a tan ilustre dama. Era el lugar oficial de recreo, los Nadales,”eid almilad” entre frondosos paseos ajardinados donde la insigne princesa paseaba con las doncellas de la corte.
Estos espacios idílicos de recreo se encontraban junto a la fortaleza del muro. Un área de naturaleza y “majraa” reates por donde transcurría el agua, cuyo sonido alegraba el corazón de la joven Sahina.
El Castillo tenía un pasadizo secreto que atravesaba el muro por un corredor subterráneo hasta la zona natural hoy conocida como la Casilla Quemá. Era un pasadizo donde podían pasar varias personas juntas en caso de tener que abandonar el castillo por causa mayor.
Ese pasadizo la princesa lo utilizaba para ir a bañarse al mejor caudal de la Villa. En aquel vergel, entre grandes rocas con abundantes aguas cristalinas y frondosas mamparas florales y árboles frutales rodeaban ampliamente el entorno. Nadie podía verla, ni siquiera su gran amor.
Todo ello aconteció hasta que el Rey comprendió no podía oponerse a la felicidad de su hija. Además, el soberano tenía conocimiento de las visitas de Idris al-Alí a Benalmádena. Tenía que tomar una decisión, ¿cuál sería la mejor para la princesa?
El Rey Hasan cansado de mil batallas vencidas, se encontraba en edad avanzada, con sus atribulaciones no quería hacer sufrir a la princesa y decidió bendecir por Ala, aquel amor que recorría por las playas encantadas, las torres almenaras y la sierra, hasta ella.
Un buen día amaneció decidido y dio las órdenes oportunas para celebrar una gran ceremonia, boda que tendría lugar en la fortaleza de Benalmádena, cerca de “alquba” la Cúpula y los adarves de amores de su hija con el joven Idris.
A lo lejos en los arrabales se divisaba el alboroto de cascos de caballos y polvareda de su cabalgar desde el camino de Málaga al recinto amurallado del Castillo de Benalmádena.
Las torres almenaras ya habían anunciado la llegada del Rey.
Le acompañaban los jinetes de mayor confianza de la corte Nazarí. Sucedía al atardecer, cuando la princesa con su mejor y más bello vestido, esperaba impaciente en la Torre del Homenaje.
A través de las ventanas de sus salones, se divisaba las tierras fecundas de Casablanca;”albayt alubiid” Arroyo Hondo “jadwal camig” y la Cazalla. En el horizonte de bosques de olivos y sierras de miel, circulaban en sus afluencias, arroyos caudalosos que desembocaban al mar.
En la boda participaron cien bailarines masculinos, con trajes de múltiples colores, descalzos y de piel morena. Completaban el ballet otras cien bailarinas árabes, con rostros cubiertos de transparentes pañuelos de seda. En sus danzas, hicieron vibrar de emoción los salones alborotados de invitados en la Torre de Homenaje del Castillo de Benalmádena.
La princesa acogió a su joven prometido, recibiendo los honores con esplendidos regalos en cofres de plata que portaban a mano forzudos esclavos. Collares de perlas finas y corales, piedras preciosas y oro.
Entre la creen de invitados, los padres de Idris y los caballeros de la corte. El Rey y la Reina lucían sus mejores galas de fiesta.
Un cronista convidado a la fiesta nupcial, cuenta que la novia vestía saya y chal de paño negro y una toca blanca que casi le ocultaba el rostro, lástima, dice, “porque sus facciones son muy lindas y seductoras”.
Un hecho de leyenda en la Benalmádena musulmana, un cuento de amor donde la luna fue testigo de aquella historia oculta del reino nazarí.